5 de octubre de 2010

Escuchando la última rola

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El mismo sonsonete, la eterna canción, la permanente rola, disfrazada de última, de “in”, como su prefijo, pero ya vieja, desgastada, trasnochada. No se lo cree nadie. Atando cabos con el título, divertidas mezclas del Manu nos mostrarán una verdad, que justamente es lo contrario, vaya.

Profesionales del establecer cómo, expertos impositores del valor propio, cínicos mesías de la moral ajena, mercaderes y recaudadores de sufragios, maestros artesanos del vidrio campoamoriano, proselitistas por falacia, todos, que son uno, se atreven, osan, a decidir sobre el destino del popular óbolo, eligiendo las ideas cosechadas con la infalible atracción que produce la pituitaria sensualidad del comprador de almas y así predecir el innovador futuro de un país o incluso de un continente. – Todo, sí todo, sr. Chao – Son capaces de opinar sobre la arena del coso en donde nunca lidiaron, de aconsejar sobre océanos donde nunca faenaron, predecir futuros sólo con la intención, visualizar desenlaces bélicos sin haber estado atrincherados y, sobre todo, sentenciar sobre los valores de un mercado sin haberlo, jamás, siquiera rozado.

Y a ese aroma de papel sobado acuden hordas de supuestos intelectuales para mostrar sus conjeturas, deducciones e intenciones. Organizan, proponen y solicitan. Y sus propuestas se impregnan de histeria, necesidades y monotonía para, al fin, re-remezclar la fusilada rola y prolongar el hastío bajo el sol. Revelar su incapacidad, desenmascarar su mediocridad o confirmar su escasa originalidad, serían, a los ojos del imparcial conocedor, los habituales logros conseguidos. Pero al igual que la certidumbre es anulada por el estático observador heisenbergiano, la imparcialidad es una ilusión que olvida las limitaciones impuestas por la singularidad interpretativa de los mortales. Y como toda ilusión, en realidad no existe. Y si no existe, las revelaciones, descubrimientos o confirmaciones de tales propuestas serán múltiples e incluso opuestas. Y es esto lo que todos conocen y aprovechan para avanzar en su lenta desidia profesional – Todo, todo Manu –

Hostigados por el incesante martilleo de la rentabilidad, aleccionados con el accionarial mensaje del margen y conscientemente engañados con el resultado del tendencioso cálculo mumérico, los que por único objetivo tienen el esquivar la imaginaria línea que el común dedo índice de sus homólogos en el vacío señala, llaman a filas a las reses sobrantes, esas que fueron silbadas, calumniadas, malpagadas y finalmente devueltas, para que plasmen el despropósito de las ideas generadas por aquél cuyo cerebro está gobernado por la hipertrofia de una glándula pecuniaria. Estas torpes reses, de manera instintiva e instantánea, acuden al oscilante trapo tendido por aquellos hipertrofiados, ahora convertidos en matadores sin arte, y son tan veloces en asumir e incluso mejorar la oportunidad ofrecida, como los mencionados toreros en atribuirse las bovinas ideas. Es cuando el convocante a filas siente la infinita satisfacción de haber conseguido que su minúsculo y triste universo conspire en su favor. Favor que no es otro que acopiar materia, oscura o no, que sea capaz de rellenar los numerosos agujeros negros que su propia incompetencia creo a lo largo de la historia de su tiempo.

El bodrio gestado por la intervención de esta colapsada estrella es enviado al tamiz que algún electo, asesorado por públicos servidores de la insensatez y avalado por entes a lo filántropo disfrazados, ideó. Cedazo fabricado con cerdas de connivencia, que va separando proyectos y repartiendo energía sin el mínimo criterio mercantil salvo el del marketing del voto, sin el necesario conocimiento tecnológico salvo el del industrial arte de la supervivencia y sin la presencia de ética alguna salvo la abyecta moral del aquellos que la cambian a conveniencia.

Multitud de incoherentes proyectos empiezan entonces a reptar y esparcirse entre el innovador sistema. Proyectos salidos de unas huevas, en realidad estériles, que justificarán su tecnológica existencia usando cosmética barata para maquillar cualquier muestra de vergüenza. La mayoría se arrastrarán hasta ningún lugar, pues los depredadores de este ecosistema, esos que sólo saben conseguir energía destruyendo a su presa, esos que son aquellos, los toreros, los que esquivan, en un obsceno parricidio, intentarán y conseguirán aniquilarlos mientras les sirvan. Proyectos catapultados desde menopaúsicos úteros que probarán su económica existencia a base de falsas dedicaciones, convirtiendo la prima que cofinancia en el orate que sobrefinancia. Proyectos que proveen de materia, oscura, para el fogonero de insaciables sumideros, prologando su natural y merecido estatus de agorero.

Y mientras, el señor que no quiere exponer su esfinter ante la miriada de públicos sodomitas laborales que le rodean, ese, 'el que interviene', se preocupa de las rúbricas, del letrado procedimiento y de la inmaculada estética del dossier. Le importa el uso, no el resultado; antepone los medios, el fin un pimiento. Y así, toneladas de papeles son requeridos sin comprobar su correspondencia con la tecnológica realidad. La rueda, que nada tenía de innovadora, ha dado la vuelta. El sistema, que estaba condenado al cero absoluto, ya ha disipado todo el calor entre los vampiros térmicos. La retroalimentación ha sido nula o insuficiente. El que vigila la competencia, un ignorante necio.

Nuevo combustible adquirido mediante paganas cuentas públicas pondrá en marcha un nuevo ciclo, una nueva vuelta, una última rola. Pero todo, casi todo, de nuevo, será como en la canción del Chao. Es la única que conocemos; es la única que nos malsustenta.