30 de diciembre de 2010

La Azarosa Vida

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En el albor de esta agonizante década, que en realidad hace casi un año terminó, hubo un momento de coincidencia de posturas entre aquella que defendían los verdes europeos y la de la Iglesia Católica. De manera sorprendente, en el contexto del incipiente debate sobre las fuentes de aprovisionamiento de células madre, ambas organizaciones se oponían a cualquier uso de embriones humanos para fines de investigación. Las explicaciones dadas por cada uno de estos entes sobre el porqué de esta negativa difería una de la otra, tal y como corresponde a sus posturas eminentemente laica y religiosa respectivamente. Lejano el debate, el poso en el perspectivo fondo precipitado sugiere que, creencias por un lado y miedos por otro, el deseo era el mismo: dejar toda evolución de la especie humana a los designios del azar. Algunos preferirían llamarlo designios de Dios, pero es lo mismo, es cuestión de nomenclatura y/o de fe.

El azar es la principal herramienta de la que la naturaleza ha dispuesto hasta ahora para, mediante los mecanismos de prueba y error, seleccionar aquellos individuos de cualquier especie que mejor se adapten al medio, y desechar (extinguir) a aquellos otros que no lo hagan. Los mismos humanos ‘hemos utilizado’ este mecanismo para dotarnos, por azar, de un cerebro que nos hace capaces de tener conciencia de nosotros mismos y de adquirir conocimientos de manera incremental. Es esta acumulación de conocimiento la que inspira a la especie humana a plantearse la posibilidad de cambiar ese mecanismo aleatorio y, por el momento, soñar con poder arreglar, en ciertos casos, lo que a nuestro juicio el azar, en su libre albedrío, estropeó.

De esta manera, naturalmente, se ha llegado a una situación evolutiva en la que los humanos se plantean poder continuar con la evolución de una manera controlada y consciente. Esta forma de evolución es tan natural como la anterior basada en el azar. No tiene nada de artificial desde el momento en que es la misma naturaleza la que nos ha llevado a este punto. La cuestión fundamental está en la forma de continuar con esa evolución: controlada o aleatoria; aunque resulte irónico comprobar que es el azar el que justamente nos ha dado la posibilidad de cuestionar su propia eficiencia. Algunos, sobre todo los agnósticos, lo podrían ver como uno de los puntos sublimes en el devenir evolutivo de la especie humana; un paso más: ‘seguimos controlando nuestro destino’.

Resulta paradójico comprobar que, justamente aquellos que, según su propio discurso, están más comprometidos con el prójimo, buscando siempre su consuelo espiritual o la mejora de su bienestar general, aquellos que quieren una sociedad mejor y más justa, aquellos que quieren evitar todo tipo de sufrimiento a sus semejantes y que realizan todo tipo de obras para sobreponerles a las adversidades materiales e inmateriales, físicas y espirituales, políticas, económicas y sociales, esos son los que más férreamente se oponen a una investigación cuyos resultados podrían paliar muchos de los males físicos que, sin duda, derivan también en malestares espirituales de aquellos que los padecen. ¿No será que lo que realmente desean esos ‘aquellos’ es perpetuar el desasosiego y el desespero, básico para justificar su propia existencia? Quiero creer que no.
‘No es cuestión de controlar o no nuestra propia evolución, sino de equiparar los derechos de un embrión humano con los de un organismo completamente formado’, dirán los unos. ‘Las diferencias de clases, o la xenofobia, contra las que hemos luchado durante toda la vida, no pueden verse agravadas por técnicas genéticas que produzcan individuos “superiores” artificialmente’, podrían esgrimir los otros. Incluso se podría entrar en el eterno debate de si el fin justifica los medios o no. Los evito conscientemente. Son otros debates.

También resulta paradójico comprobar que mientras siempre se ha supuesto que cualquier especie de este planeta busca su perpetuación, básicamente a través de su adaptación al medio, y por tanto, a través de su “mejora” genética, también siempre, ha existido un escepticismo generalizado, cuando no total oposición, a que ello se hiciese de una manera consciente. Cualquier intervención del ser humano en los designios del azar que afectan a él mismo, históricamente se ha considerado una herejía, una injerencia inaceptable. Parece ser que se prefiere una evolución mucho más lenta, regida por ese azar, y mucho más cruel, con su mecanismo de prueba y error, crueldad aumentada por la actitud humana de ayudar al débil y perpetuar su sufrimiento, que una evolución, si llegase el caso, controlada.

El principal escollo para empezar un camino que podía conducir al alivio de millones de personas enfermas y a plantearse la felicidad física de nuestros hijos era decidir que hacer con decenas de miles de embriones congelados y dirimir si un embrión de menos de catorce días tenía o no células pertenecientes a un futurible sistema nervioso. ¿O era otra cosa? El caso es que ahora, en los últimos años de esta década, gracias a pioneros como Shinya Yamanaka y James Thomson, se han desarrollado otro tipo de técnicas que permiten obtener células madre plenipotenciarias a partir de células no embrionarias. ¿Adelante entonces? Aceleren svp.